El dedo

Entonces empiezo a observar con recelo tanta belleza. "Trampas tecnológicas" se me ocurre, canto de sirenas que nos arrastran no sé a que clase de trampa; quizá la primera y más evidente es la del consumo, y con ella, su asociado en este juego de autodestrucción capitalista es el tiempo que entrego a sus placeres, en contra de lo que podría calificar como otras labores de autorrealización. De ese modo, el dedillo se recrea deambulando por la pantallita, jugueteando a hacer saltar y deslizar los íconos, las funciones, los videos, los correos, las fotografías, la inmensidad toda de internet ahora adormecida en la palma de nuestra mano.
Prosigue, como factor consecuente, el aislamiento, la pérdida de la conciencia, el absoluto retraimiento de todo lo que sucede en esta pequeña ciudad en la que los vehículos se desplazan a 13 km por hora. Se pierde la realidad, aunque el dedillo deambule por los resultados abrumadores a favor de Rajoy o por los crecientes déficits fiscales de las naciones, desde Costa Rica hasta USA, pasando por media Europa. El dedillo pone a bailar mágicas animaciones, coloridas minirealidades de neón y fucsia, de naranja y cyan. El dedillo se complace en sí mismo, maravillado de su poder.

Comentarios