Lucía

Lucía Fallas Ureña nació el 14 de diciembre de 1928 y falleció el 26 de agosto de 2011, a la edad de 82 años. Siendo hija mayor del matrimonio de Manuela Ureña Padilla y Juan Fallas Fallas, tuvo gran participación en la crianza de sus hermanas y hermanos, quienes son Cecilia, Francisca, Marcos, Orlando, Juanita, María Rosa y Virginia en pueblos que iban desde su natal Guadarrama de Desamparados, hasta Parrita y San Lorenzo de Tarrazú. Fue en este pueblo, en aquel entonces de una sola y polvorienta calle por donde desfilaban carretas y caballos, en el que conoció a Rodrigo Vargas Blanco, con quien se casó en mayo de 1946, justo en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial. Con Vargas procreó once hijos y tuvo tres abortos. Sus hijos son, de mayor a menor: Carlos Luis (fallecido en 1970), Luz Marina (fallecida en 2009), María Yolanda, Gilberth Rodrigo, José Guillermo, Juan de Dios, Manuel Ruben, Bernardita, Hugo Martín, Claudio Antonio y Roberto Gerardo. En 20 años, desde 1947, hasta 1968 estuvo embarazada en catorce ocasiones, un embarazo, en promedio, cada 18 meses. Llevó criaturas en su vientre por quince años de su vida. Asistió hasta el segundo grado de la Escuela, y siempre manifestó su pena por no haber podido completar su escolaridad. Su letra era menuda, algo redondeada y ligeramente inclinada hacia la derecha. Solo escribía en manuscrita. Tenía una memoría formidable o muy gratos recuerdos de su estadía en la escuela, ya que podía recitar y cantar esas canciones que había aprendido durante sus dos años como estudiante, sabía muy bien el nombre de su maestra y quien sabe que más hechos que no tuve la oportunidad de escuchar. Falleció víctima de un tumor de Klatskin. Su pelo ya estaba blanco y ralo, pero mantenía su forma acolochada. Según papá, su cabello llegaba hasta “la punta de las nalgas”, cuando la conoció, hace unos 70 años. Lucía Fallas Ureña medía 145 centímetros de estatura y pesaba 44 kilogramos. Calzaba 36 y nunca usó pantalones.

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La mañana del jueves 25 de agosto decidí llevarle un pedazo del queque de chocolate que Vicky y Andrea me habían regalado para el cumpleaños. Sabiendo que era una torta grande, la corté por la mitad y la llevé a su casa. Eran entre las siete y ocho de la mañana. Estaba en cama. Producto de la morfina y del agotamiento, ya había perdido bastante de su energía y consciencia. Mi hermana Bernardita la acompañaban. Yo me acerqué a ella y le dije con alegría que le había traído un pedacito de queque de mi cumpleaños. Sé que le alegró, como le alegraba la visita de cualquiera de sus hijos e hijas, nietas, hermanas, biznieto y demás familiares. Interrumpió su desayuno, y probó, por intermedio de mi hermana, el lustre del pastel. Un dedazo apenas. Tomé su mano y ella la asió con fuerza. Recuerdo que apoyé mi cabeza cerca de sus regazos y acarició mi cabello. Todavía tenía puesta la mochila para seguir mi camino al trabajo, pero no me la quité, sino que me quedé allí, sintiendo el calorcito de sus manitas y su suave caricia. No lo sabía pero ese pequeño ritual se trató de nuestra despedida. Más tarde, en la noche, nuevamente fui a visitarla. Ya su luz, como una candelita, iba extinguiéndose. Ya no se hallaba consciente, sino que su cuerpo agonizaba. Intentamos cambiarle de posición en la cama para evitar el cansancio de sus ya agotados músculos y huesos. Pesaba la niña Lucía. El jadeo era ahora su única expresión. Un jadeo incesante, una respiración agotada. Nunca más volví a sentir su cuerpo caliente y con vida. Nunca más la toqué. Nunca más sentí su olor ni su respiración. Ni su beso, ni su abrazo, ni su insistente ofrecimiento para que tomara café o que me comiera un alimento que sus manos preparaban.

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Crecí en el agua,
dentro del agua me moví,
desde el agua salté a la vida
El agua me vio envejecer,
Con agua lavé mi cuerpo
Mi larga cabellera chorreó gotas de agua
Que danzaban hasta el suelo
El agua lavó mis pies de barro
Y del agua del cielo me escondí
Con agua aprendí a lavar los alimentos
Que lavé con agua hasta el fin de mis días
con mi mordizco
agua saqué de dulces frutas
Y con agua, millones de tazas de café chorrée
Millones de sopas, de arroces, de frijoles cociné
Con agua restregué la ropa,
los cueros de mis hermanos y hermanas
Y los cuertos de mis hijos e hijas también
Hasta los cueros de perros y gatos
con agua alguna vez lavé
Con agua limpié pisos y
mis dientes postizos también
el agua ví correr por potreros
por calles y ríos
y desde mis entrañas también
supe del agua el correr y gotear
Con el agua nací y
con el agua morí

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La madrugada del 26 de agosto, unos minutos antes de las 5 a.m. su luz vital se extinguió para siempre. Rodrigo Vargas Blanco le había dado unos sorbos de agua que ella le pidió.

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