Tomé el bus a eso de las 7:45 de la mañana. No me sentía feliz ni lo contrario, pero sabía que una buena musiquita estimularía mi estado de ánimo. Llegando a El Alto el espíritude John Lee Hooker bailaba con el mio y empecé a sentirme animado. No hubo esta mañana ni Amelias Ruedas en la radio, ni BBC Mundo Freak en el navegador de mi supercelular.
Este viaje es un buen viaje... La magia del bajo, de la guitarra... I'm in the mood of love penetra en mis oídos audifonados, en los audifonados oídos del aislado pasajero de bus que desconoce y no quiere conocer el nombre del conductor ni de los otros audifonados pasajeros y pasajeras. Roberto solo piensa en el buceo, en los aromas del café, en la belleza de la Morphos, en las deudas de S.E. Walt Whitman -¡Oh, el nombre mancillado del poeta!-, en la gestión por procesos y en los corazones rotos, en los corazones irreparables y en los corazones renovables, y en los corazones inagotables... En los corazones tiernos que un día se van a romper y en los corazones viejos, como el de mi madre, que pronto dejarán de impulsar la sangre de cuerpos diminutos, grandes, flaquitos o con pancita, cuerpos desteñidos o calcáreos, de cuerpos negros y cuerpos rosados, de cuerpos perezosos y cuerpos diligentes, de cuerpos almidonados y cuerpos audifonados.
Veinte minutos más tarde ya el bus hace fila frente a la Municipalidad de Guadalupe y menos de una canción después pasamos frente a Walmart, el pez grande que va devorando peces chiquitos.
Esas casas de madera
Se quedaron calladas
Frente a las nuevas calles
Se las ve chiquititas, silenciosas, como tumbas.
Ya no hay correteos en sus jardines,
Ni se asoman más caras de niñas tras sus ventanales
No hay gritos, ni rayuela, ni fútbol,
Esas casas parecen vacías, inhabitadas, congeladas,
Sin capas nuevas de pintura...
Esas casas de cincuenta años sobre la ruta de Guadalupe,
Este viaje es un buen viaje... La magia del bajo, de la guitarra... I'm in the mood of love penetra en mis oídos audifonados, en los audifonados oídos del aislado pasajero de bus que desconoce y no quiere conocer el nombre del conductor ni de los otros audifonados pasajeros y pasajeras. Roberto solo piensa en el buceo, en los aromas del café, en la belleza de la Morphos, en las deudas de S.E. Walt Whitman -¡Oh, el nombre mancillado del poeta!-, en la gestión por procesos y en los corazones rotos, en los corazones irreparables y en los corazones renovables, y en los corazones inagotables... En los corazones tiernos que un día se van a romper y en los corazones viejos, como el de mi madre, que pronto dejarán de impulsar la sangre de cuerpos diminutos, grandes, flaquitos o con pancita, cuerpos desteñidos o calcáreos, de cuerpos negros y cuerpos rosados, de cuerpos perezosos y cuerpos diligentes, de cuerpos almidonados y cuerpos audifonados.
Veinte minutos más tarde ya el bus hace fila frente a la Municipalidad de Guadalupe y menos de una canción después pasamos frente a Walmart, el pez grande que va devorando peces chiquitos.
Esas casas de madera
Se quedaron calladas
Frente a las nuevas calles
Se las ve chiquititas, silenciosas, como tumbas.
Ya no hay correteos en sus jardines,
Ni se asoman más caras de niñas tras sus ventanales
No hay gritos, ni rayuela, ni fútbol,
Esas casas parecen vacías, inhabitadas, congeladas,
Sin capas nuevas de pintura...
Esas casas de cincuenta años sobre la ruta de Guadalupe,
ya no albergan los cuerpos ni las risas de los amigos
de un amigo que ya está muerto...
Ya nada queda en esas casas de madera
Solo el recuerdo o acaso menos
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