Yendo a Pavas

"Doymedio" me respondió aquel hombre de recia y colorida piel cuando le pregunté por la tarifa del bus de Pavas.
Mi tercer día de camino a un nuevo empleo en el AyA empezó con el aviso de mi viejo caballo Plata, que al encenderlo tosió con renuencia, hizo otros ruidos raros y me advirtió su nula intención de soportar un nuevo viaje de una hora, 13 km y muchas presas. En vista de tal decisión, muy alegres ambos, Plata se quedó en el garaje y yo yo tomé, primero el autobús de mi casa a nuestra honorable ciudad capital, después crucé seis u ocho cuadras, disfrutando el paisaje mañanero de ventas callejeras y coloridas vitrinas, hasta el marcado de La Coca-Cola, a la parada de buses de Pavas, donde sin rencor ni cortesía, recibí la precisa respuesta que necesitaba.

***

De regreso, y sin extrañar a Plata, me subí al Gran Caballo de Hierro, que absolutamente desvergonzado cruzó la capital josefina. Sonaban con toda tranquilidad y sin despecho, sus chirriantes relinchos en cada cruce de calles, sacaban chispas sus poderosos cascos sobre los rieles... "El tren tiene su poder", me dije a mi mismo, viéndome allí sentado en las entrañas de tan gran animal. No es solo el vehículo más grande que recorre nuestras minúsculas calles, también me permite ver hacia abajo a todos esos señorones y señoronas que desde dentro de sus cuatro por cuatro de vidrios polarizados suelen llamar "empadana" a mi viejo compañero de alegres humos que hoy reposó en el garaje. En cambio, este ruidoso caballo pasa reinando por encima de todas esas arrogancias cortesanas y no se detiene en semáforos, ni traga humo ni súplicas de indigentes. Sonrío porque apenas han pasado unos cuantos minutos y ya casi puedo oler en mis recuerdos el olor a "pati" de la Estación al Atlántico.

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